lunes, 20 de octubre de 2008

CUENTO 01

Eran ya las ocho y media de la tarde y sólo me quedaba un saldo de treinta y ocho sílabas.
El día había comenzado antes de lo debido, pues me fui a la cama bastante tarde. No era para menos, pero debí ser más consecuente y no permitir que ni el cubalibre ni Juanjo me soltaran la lengua.
Tendrían que modificar los contadores para ponerse en marcha a la hora en que comenzamos la jornada y no a la hora en que comienza el día. El Sindicato de Solteros lo había solicitado ya hace tiempo y desde el Central se aseguraba que lo estaban estudiando. Cuando lo del habla en sueños, tardaron por lo menos año y medio en suprimirlo.
Durante la última parte de la reunión estuve muy poco participativo. Noté que el Delegado Norte buscaba mi apoyo con la mirada. Lo siento Andrés, tenía que economizar. Había tenido una mañana demasiado ajetreada: la reunión con CEMASA, la conferencia con Buenos Aires, la pre-reunión con Recursos Humanos y mi ponencia ante el Consejero Delegado… Había gastado demasiado.
Miré una vez más el reloj y recogí el abrigo cerciorándome una vez más de que la llevaba en el bolsillo.
Saludé con la mano a julia en un gesto de despedida.
-¿Para qué hora necesitas el balance?-me preguntó.
-Cuanto antes –respondí lacónicamente.
-Vale, hasta mañana jefe.
Sonreí moviendo la cabeza en un gesto de “igualmente” y salí por la puerta. A veces resultaba incómodo quedarte sin saldo, pero no era cuestión de ir dando explicaciones, y menos a tu secretaria. Eso sería darle demasiada confianza.
En la calle hacía un frío que pelaba. Tenía tiempo y no estaba nervioso así que me paré en el Tabern a comprar tabaco.
-Crianza –le dije al camarero al tiempo que dejaba en el mostrador un billete de cinco euros.
En cuanto me dio el cambio me dirigí a la máquina de tabaco y chascando los dedos llamé la atención del camarero más joven para que activara la máquina.
-¿Qué tabaco quiere? –me preguntó.
-Habanos –le repuse mordiéndome los labios.
-Ah, vale. Entonces sáquelo de la máquina. Es que el tabaco rubio lo tenemos en el mostrador.
Pues qué bien, pensé molesto.
Bebí un sorbito de Marqués de Vitoria y pensé en mi hermana. Pobre. Qué injusta y dramática es la vida.
-¡Gonzalo, mecagüen la mar!
¡Mierda! me giré y vi con horror a Paco Alonso abalanzándose hacia mí con los brazos abiertos.
-¡Coño, Paquito! –balbuceé sorprendido e incómodo.
Mecánicamente me llevé la mano al bolsillo.
-¡Cuánto tiempo sin vernos!
Asentí con la cabeza.
-Me enteré de lo de tu hermana. Lo sentí mucho.
-Gracias – dije un poco obligado.
-¿Cuándo fue, en marzo o en abril?
-En mayo –contesté sin darme cuenta.
-Qué tragedia. Oye, pídeme un Pampero con Kas de naranja que voy a mear.
Y se fue escaleras abajo sin darme tiempo a protestar.
El camarero, con las manos apoyadas en el mostrador me miró.
-Pampero Kas naranja –le dije.
-¿Copa, vaso ancho ó vaso de tubo?
Me encogí de hombros haciendo un gesto de “no lo sé”.
El camarero seguía mirándome inquisitivo.
-Copa –le dije para que me dejara en paz.
Miré el contador. Sólo nueve sílabas. Me sobraban dos.
No esperé a Paco, salí deprisa sin mirar hacia atrás. Eran las nueve menos diez. Estaba en hora.
Apresuré el paso algo nervioso pero firmemente decidido.
Al doblar por General Aguirre tropecé con fuerza con un anciano. Casi lo tiro al suelo.
-¡Oiga! –protestó asustado.
-Tenga más cuidado, casi me tira al suelo.
Por un momento fui a decir “lo siento”. Me contuve y acerté al decir:
-Perdón.
Ya eran menos cinco. Me instalé junto al portal, mirando un escaparate de electrodomésticos. De nuevo hice la última comprobación en el bolsillo.
-Me dice la hora por favor –me abordó un joven.
Miré inquieto al portal. Nada. Me subí la manga izquierda para mostrarle el reloj.
-Gracias –y se marchó.
No me dio tiempo a volver a mirar las ofertas en frigoríficos. Se abrió el portal y apareció él. Le seguí unos pasos hasta acercarme lo suficiente, mientras repetía de memoria lo que le iba a decir.
Justo antes de llegar a la esquina di un par de pasos rápidos. Con mi mano izquierda agarré su pelo con violencia y le giré hacia mí mientras sacaba la pistola del bolsillo del abrigo. Pude ver su rostro de sorpresa y sus ojos muy abiertos y asustados. Coloqué el cañón del arma contra su frente pálida y le grité con rabia:
-¡De parte de mi hermana!

sábado, 18 de octubre de 2008

ESTOY PREOCUPADO

Algo está pasando y no se lo que es.

miércoles, 15 de octubre de 2008

DESDE MI VENTANA

Atardecer corto de junio
como paleta sublime
que roba minutos,
como acuarela fresca
que no se acartona,
que no devuelve luces a la luna
e ignora su cometido.
Pequeño fulgor que anuncia,
bocanada de salitre que itera
viejas noches e intemperies.
Desparrame de colores por el cielo.
Reflejos de plata trás la arena
que recoge caliente la espuma.
Horizonte firme y delineado
como las tres menos cuarto
de un reloj cualquiera.
Y yo apostado en mi ventana
como centinela de tu paréntesis,
como vigía de andamios habitados,
como un tornasol que se gira y te mira,
se enciende y se apaga despacio
por no despertar a las albas.

miércoles, 8 de octubre de 2008

EL ASCENSOR (y 2)

Ayer por la tarde me senté a escribir esta segunda y última entrega de "el ascensor".

Os empecé a contar lo fascinante pero superfluo que me pareció en su día, que en casa de mi padrino, Luis León, hubiera ascensor y montacargas.

Luego me referí al ascensor de la casa de mi amigo "el Piescu". Era el primer ascensor que se ponía en Llanes y para mi pandilla, el montar en él, resultaba un plan alternativo de aventura.

Más tarde os conté que hace años escribí un relato que se llamaba "el ascensor", donde describía un ascenso lento y sofocante, plagado de descripciones exahustivas de todo aquello que el protagonista veía.

Continué, planteando mi teoría de los cambiadores de paisajes, en la que imagino que mi perra Pipa creía a pies juntillas: Al entrar y salir de una habitación, todo sigue igual. Sin embargo en un ascensor la cosa cambia.

Por último, hacía una reflexión al hilo de mi teoría: ¿los ascensores son también cambiadores de vidas? ¿Suceden las mismas cosas cuando optamos por subir por las escaleras que si elegimos subir en ascensor?

¿Acaso alguien tiene la certeza de que la lucecita del frigorífico se apaga cuando cerramos la puerta?

Todo esto os escribí, pero de un modo más extenso y más descriptivo. Lamentablemente al final del escrito pulsé sin querer nosequémalditatecla y se me borró todo.

En ese mismo instante recordé que había dejado al fuego lento una cebolla pochando, que serviría de base y acompañamiento a la, quizá, última rodaja de bonito de la temporada. Cuando llegué, vi con desesperación que la cebolla estaba totalmente calcinada. Me abalancé a la despensa para comprobar con horror que esa cebolla era la última que quedaba.

Me fuí a la cama bastante molesto.

Aún me dura al recordarlo ahora.