jueves, 30 de abril de 2009

HOY SOLO FALTAN 45 DÍAS ...

- Aún son bastantes días. Los suficientes como para no pellizcar cristales, pero los justos para sentir hormiguitas cuando lo pienso.
- Antes era mucho más nervioso. Recuerdo que las vísperas de los partidos (porque aquí donde me veis, yo jugué al futbol) me costaba mucho dormir. Pero mucho, mucho. Luego, ya en el vestuario, cuando el entrenador nos daba las últimas consignas, me daba por tener naúseas. A otros compañeros les daba el nervio en el vientre o en la uretra, pero a mi me daban naúseas, qué le iba yo a hacer. Saltábamos al campo y yo seguía con mis naúseas y, lo que era peor, las trataba de disimular a toda costa. Qué iban a pensar el entrenador, mis compañeros y los rivales. Luego, en cuanto el árbitro pitaba el inicio del partido, se me pasaban por completo y desaparecían mis nervios. Qué curioso.
- Ahora soy mucho más relajado y también más gordito, bueno, digamos que de aquellos 72 kilos he pasado a 93. Me pregunto si antes era nervioso porque estaba delgado y ahora soy tranquilo porque estoy menos delgado ó es justo todo lo contrario, es decir, era delgado porque era más nervioso. Parece que tiene que ser ésto último y sin embargo, dí motivos sobrados a mi cuerpo para dilatarse y, en cambio, no dí motivos a la mente para relajarse. En fin, qué lío.
- Tengo que ir a prepararme la maleta porque me voy de puente a Llanes. Nuevamente tendrá que esperar la explicación a los dichosos días que me faltan. No lo hago a propósito, es que me enrrollo con una facilidad pasmosa. Debe ser por culpa de mi alma inquieta, pero relajada (hum, no había caído yo en esta definición. Habrá que pensar en ello).

martes, 28 de abril de 2009

YA FALTAN MENOS DÍAS ...

  • Esta es Pinito del Oro realizando una de sus famosas acrobacias. Hay que decir que el trapecio se movía vertiginosamente describiendo un amplísimo círculo. Pero también realizaba el más difícil todavía cuando se subía a una silla que se apoyaba en el trapecio con tan sólo dos patas. Entonces, la velocidad y el diámetro que describía el trapecio, te hacían temer lo peor. El número se realizaba desde lo alto de la carpa, sin red ni arnés de seguridad. En una ocasión se vino al suelo desde lo más alto y a punto estuvo de perder la vida. Por supuesto no se hizo rica.
  • Pero no quería seguir hablando de Pinito. La razón de esta entrada es que ya van faltando menos días y en proporción inversa van creciendo las dudas, las inseguridades y el pelo que, por cierto, debería cortármelo.
  • Me considero un tío seguro, pero en ese afán -casi enfermizo- de querer que todo vaya perfecto, pasan por mi cabeza situaciones y pensamientos muy del estilo de Woody Allen.
  • El otro día fuímos a cenar a una sidrería de esas urbanas que tanto están proliferando. Esas cuyas kupelas son de mentira y detrás de su apariencia real esconden -trás la pared- pequeños barriles intercambiables de aluminio.
  • Ya habíamos estado en ese lugar en otra ocasión y recordaba que, entonces, la chuleta me la habían servido barnizada de ajo picado. No es que tenga nada en contra del ajo, dios me libre. El ajo es un aditamento extraordinario para muchos platos, pero no para una chuleta. La chuleta debe saber a chuleta. Ponerle ajo es disfrazar su aroma y su sabor a carne y carbón.
  • El caso es que pensé en advertir al camarero de que la chuleta la quería sin ajo. Y aquí empieza mi suplicio "woodyalleniano". El camarero no parece muy espabilado -pensé-, es más, apuesto que es absolutamente torpe y no se acordará de avisar a la cocina. Entonces me traerá la chuleta con ajo y yo tendré que recordarle que la pedí sin ajo. Él pondrá cara de "¡Ay, es verdad!" y volverá a la cocina con la chuleta. Allí en la cocina dirá : " A ver , cocina, al gilipollas de la mesa cuatro no le gusta el ajo". El cocinero, muy atareado y enfadado, cogerá un cuchillo y procederá a rebañar el ajo como si éste no hubiera ya dejado sus sustancias en la carne. Dirá al camarero: "una chuleta sin ajo p'al gilipollas melindres de la mesa cuatro". El camarero, cara-conejo, me la traerá con una sonrisa y se disculpará: "lo siento, eh". Yo le sonreiré con mi mejor sonrisa y le daré las gracias.
  • Entonces echaré mano a la susodicha y notaré con horror que sabe completamente a ajo. ¿Qué hago? Si le digo que sabe a ajo me lo discutirá hasta la muerte. Si no le digo nada pensará que, efectivamente soy el gilipollas melindres de la mesa cuatro. Mejor discutiré hasta la muerte con el camarero de caspa-en-los-hombros. Volverá a la cocina y le dirá al camarero que el hijo-de-puta de la mesa cuatro no es tan gilipollas y que ha notado el sabor al ajo. El cocinero, mucho más cabreado, se cagará en mi puta madre y me hará otra chuleta. Esta vez me la escupirá. Estoy seguro que la escupirá y se la pasará al cabrón del camarero que también me la escupirá.

  • Se acerca el camarero:

-¿Han pensado lo que van a cenar?

-Sí, hijo de puta. Una chuleta. Y como me la traigas con ajo te meto dos hostias.

  • Otra vez se me ha ido el santo al cielo. El próximo día os cuento porqué me agobia tanto que vayan faltando menos días. Ahora me tengo que pesar, estoy a dieta.

viernes, 24 de abril de 2009

SE ACERCA EL DÍA ...

No, no es que vaya a practicar el funambulismo. Uno no está ya para esos trotes y además padezco de un vértigo espantoso. Un vértigo que me impide montar en globo -por ejemplo- y que probablemente me viene desde muy pequeño. De cuando en verano nos encaramábamos a las maltrechas murallas del Cercado. Sin embargo, trepando a los árboles era un hacha. Allí no pasaba vértigo, al contrario, me sentía muy seguro. Será por eso que adoro los árboles, sobre todo los magnolios, laureles e higueras. Y eso que las higueras -según advertencias reiteradas de mi madre y de mis tías- tienen unas ramas muy traicioneras. .......................................................................................................................................................................... No, jamás se me ocurriría una cosa parecida. A poca altura sí -digamos a un metro. Es más, a un metro me encantaría hacerlo. En parte porque me gustan los retos del tipo: si algunos lo pueden hacer, yo también podría, y en parte porque con el circo guardo una relación estrecha de amor/odio, dentera/placer, asco/gusto. .......................................................................................................................................................................... ¡Qué cosas! De pequeñín tuve la suerte de ver a la inigualable Pinito del Oro jugarse las pestañas en lo alto del trapecio. Salía a la pista con una gran capa blanca adornada en oro y la cabeza tocada con una enorme corona plateada. Su ayudante le despojaba de la capa y la corona y entonces nos mostraba su cuerpo ya bastante bregado. Lucía una especie de malla blanca -también con dibujos dorados y unas media negras ampliamente caladas y descuidadamente semi rotas. Peinaba su larga melena azabache en una gran coleta y destacaba, sobre todo, unos ojos "requetepintados": largas pestañas y una exageradísima sombra azul celeste. .......................................................................................................................................................................... El jefe de pista rogaba el máximo silencio porque "peligra la vida del artista". Entonces, bajo un redoble de tambor, iniaba su ascenso al trapecio por una escala larguísima. Es ahí, en ese punto, cuando nos mostraba sin pudor sus inmensos muslos y buena parte de sus, no menos inmensos, glúteos. Entonces -desde mi puerilidad- comprendí que el circo era una pura tragedia, una rocambolesca mezcla de arte y horterada, de baratija y hambre, de esplendor y miseria. .......................................................................................................................................................................... Pero bueno, no quería hablar de todo esto. Hoy, al menos, no. Tampoco quería comentar -al hilo de Pinito- que gracias a ese gusto por la emulación de cosas banales, aprendí yo solito a realizar malabares con pelotas (naranjas... de fruta, no de color). Lo consideré un logro personal. .......................................................................................................................................................................... En realidad, hoy quería contar que se va acercando el día. Pero se hace tarde, tengo que desayunar. En otra ocasión contaré qué coño de día se está acercando.

miércoles, 8 de abril de 2009

INFRAMUNDOS

Los inframundos son como miniaturas y, como tales, me gustan. Son paisajes en sí mismos; Extensiones encerradas por gigantes; Espacios secretos que sólo existen cuando los descubres; Decorados de una película en miniatura; Lugares ignotos de acceso oculto. Son inesperados, pacíficos, extraños, impredecibles. Te das la vuelta un segundo a contemplar lunas y, al volver a ellos, se han mudado en silencio para no despertar a las aves. Por eso Lurdes y yo los fotografiamos. Para no perderlos aunque se pierdan. Para conservarlos como se conserva un instante, un sonido, una luz que se filtra, una ola que ya no vuelve.

viernes, 3 de abril de 2009

INFRAMUNDOS

Los inframundos nunca son los mismos, duran una marea y gracias. Con la pleamar mantienen su continente, pero su contenido migra o no migra en una voluntad relativa, en un laissez faire, laissez passer envidiable.
Los inframundos recogen los acontecimientos de seis horas de machacón y antiguo ir y venir. Seis horas de no-me-importa-qué-hora-es. Les da igual el sol que la luna, la lluvia que el viento, los alemanes que los divorciados. No saben que hoy hay una reunión importante de la OTAN.
Cuando un inframundo nace, otro inframundo muere en Nueva Zelanda. Y viceversa, cuando un hombre muere en Afganistán, otro toma un zumo en Louisiana.