sábado, 1 de noviembre de 2008

CONFESIONES

Confieso que nunca me gustó confesarme.
En los jesuítas, allá por el año 67, teníamos confesión voluntaria todos los jueves a las doce y media. Lo cierto era que yo, educado en ese colegio y en mi familia, seguía con bastante disciplina las normas católicas, es decir: no cumplía con muchos de los mandamientos, pero era consciente de que estaba "pecando". Ello hacía que me sintiera en la obligación de confesarme periodicamente.
La ocasión era perfecta porque los jueves a esa hora teníamos estudio, de esos largos, tediosos e inútiles estudios donde en lugar de estudiar, dedicaba todo el tiempo a la ensoñación y al vuelo mental. Lo malo era que costaba cierto esfuerzo mantener el tipo de estudiante aplicado. Los codos apoyados en el pupitre, las manos sobre las sienes en actitud de concentración y esfuerzo, y una matemática distribución del tiempo para pasar página de vez en cuando y lograr un disimulo perfecto. Supongo que el hermano Partarríe (el patata) pensaría de mí que era un zoquete mental, pues tanta aplicación no se reflejaba en mis calificaciones.
Cuando el patata nos decía aquello de: "los que se quieran confesar que salgan". La verdad es que no salíamos demasiados, quizá porque a mis compañeros pardillos les daba apuro que se les tildara de pecadores. A mí y a otros cuantos nos daba sin cuidado. Era media hora de escaqueo.
Y allí que nos íbamos a la capilla de la iglesia (porque no nos permitían esperar en el patio) donde nos esperaba el padre Van Der Meer. Nos sentabámos en los bancos e íbamos confesándonos por turnos. Ni que decir tiene que yo siempre era el último, porque según terminabas tenías que volver al estudio.
El padre Van Der Meer, al que apodábamos "el pulpo" era un corpulento y anciano cura que había venido hace años desde Bélgica. Cuando te arrodillabas en la frontal del confesionario (las rejillas laterales estaban reservadas para el sexo femenino) y te cubría la cortinilla de terciopelo granate, él te atraía hacia sí so pretexto de que estaba un poco sordo. Pegaba su cara sudorosa a la tuya y comenzaba el sacramento. En lo tocante a mí siempre era sospechosamente igual: "ave María purísima, hace una semana que me he confesado, he dicho mentiras a mis padres, he dicho palabrotas, he robado dinero a mi madre y tenido pensamientos impuros". "¿Sólo pensamientos?" -me preguntaba el pulpo- "¿no te has tocado?" "no" -respondía firmemente. De aquella aún no me tocaba.
La penitencia siempre era la misma: tres padrenuestros y tres avemarías, que cumplía in situ para perder más tiempo.
Jamás existió en mí un ánimo generalizado de contricción, por lo que supongo que no se me habrán perdonado aún aquellos pecados.
¡A ver qué vida!

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Puesto que pagabas con la penitencia, tus pecados están perdonados. ¡Faltaría más!. No creo que les importase demasiado si te arrepentías ó no. Imagino al cura con sus malos pensamientos... ¿que haría, sería consciente de que pecaba de pensamiento (esperemos que sólo de eso)?. Seguro que a él le parecería justo sólo rezar, y que no se arrepintió nunca de sus pensamientos impuros.
¡ Y pensar que aún nos sentimos normales!, je je.
Besitos castos,
Lur

Anónimo dijo...

Me encantas en esa foto y me he reido muchisimo con lo que has escrito porque te imagino ahi de pequeño diciendo tus pecados con cara de no haber roto un plato en tu vida. Claro que el cura sabia de sobra que lo tu querias era escaquearte de la hora de estudio, por eso te ponia solo a rezar 3 simples padres nuestros.Si soy yo te tengo toda la mañana leyendo la biblia.Jejeje.
Sga.

lauritalafantastica dijo...

jijiji, a mí también me gusta la foto, pareces un teleñeco religioso! Qué agobio la cercanía de la cara sudorosa, me imagino hasta el olor!
Y por otro lado, vaya colegio tan international...

hacefalta dijo...

En efecto, la cara sudorosa era lo peor. Se te quedaba pegada y cuando te ibas, el despegue era bastante asquerosito. El olor no lo recuerdo, pero seguro que era un olor rancio.
Sga: menos mal que a las mujeres no se les ha permitido nunca ese "sagrado sacramento". Sería la ruina de la humanidad. La verdad es que no me merezco tanta penitencia. Si soy un buenazo...jejeje.
No Lur, no, la contricción es fundamental para el perdón de los pecados. Así que me temo que estoy en riesgo de caer en el infierno. ¿Harán perritos calientes?

lauritalafantastica dijo...

fueron unos del cielo de visita al infierno unos días, había de todo: comida picante, espectáculos eróticos y bailes desenfrenados, juegos de azar, bebidas y drogas y todo tipo de placeres. Decidieron entonces que se vivía mejor allí y optaron por mudarse, pero cuando llegaron de nuevo al infierno se encontraron con trabajo esclavo, enfermedades, hambre y sufrimiento. "Qué pasa aquí? esto no es lo mismo que habíamos visto."- "Es que no es lo mismo venir de turismo que de inmigrante!".
No recuerdo quién me lo contó, igual hasta tú mismo...

hacefalta dijo...

jejeje... no, no te lo había contado yo.Pues nada, al infierno sólo de visita turística. Salvo que hicieramos un golpe de estado. ¿Se dejarán?