jueves, 27 de diciembre de 2007

CREO QUE EL CIELO NO EXISTE

Cuando yo era pequeño valoraba muy positivamente el cielo por dos razones: Evitaba la crudeza del infierno eterno y podía comer tantos helados gratis como yo quisiera.
También me daba mucho miedo la muerte. Sobre todo, aquello relacionado con los ataúdes, las mortajas y las tumbas. Me daba una dentera espantosa.
Como en casa, depués de cenar, nos atiborrábamos de chocalate con leche Nestlé, me resultaba muy difícil conciliar el sueño. Solía recurrir a rezar "diostesalvemarías" hasta dormirme y, de paso, pedía a Dios que me muriera a los 100 años de edad.
Cuando rezaba aquello de "jesusito de mi vida, eres NIÑO como yo..." me preguntaba si las niñas dirían "eres NIÑA como yo".
Enfín, me eduqué en una familia creyente, practicante y devota. Por si fuera poco, estuve en colegios religiosos hasta los 17 años.
¡ ah ! y era muy ingenuo y candoroso. ¡ Que cruz !, ya os contaré más.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Pues mira, yo decía NIÑO, por si te sirve de algo. Ya sabes, educación machista/religiosa a tope, y en mi caso, no tenía miedo a la muerte porque ni me la imaginaba, pero sí me daba terror que el demonio entrase en algún agujero de mi cuerpo... fíjate, en unos ejercicios espirituales, decir a unas niñas de 10/11 años que el demonio entraba por cualquiera de ellos. ¡ Pues yo, literal que me lo creí!. En fin, sería para hablar y no callar con todos los miedos que nos inculcaron, pero tranquilo, que no parece que tengamos demasiadas secuelas (o eso espero). Besitos de Nestlé,
Lur

Anónimo dijo...

Me explica Vd. la relación cielo-helados gratis. manolito

hacefalta dijo...

A ver Manolito, desde mi más tierna infancia pasaba con mis primos todos los veranos en Llanes.
Allí, en el "Cercado", nos lo pasábamos genial. Sólo salíamos de casa y del jardín para tres cosas:
Ir a misa los domingos para oir hablar de la felicidad del cielo, ir a la playa e ir después de comer a comprarnos un helado en el carrito que se instalaba en la playa del Sablón. No necesitábamos más. La misa nos importaba muy poco; la playa era gratis y algo natural; pero los helados eran algo mágico. Era la moneda de cambio que utilizaban "los mayores" para comprarnos nuestro buen comportamiento, dado que no disponíamos de posibles.
En ese estado de felicidad perpetua había un hito que marcaba para mi "LA TOTALIDAD DE LAS COSAS": El 25 de agosto mi prima Carmen, hija de mi tío Álvaro -el ricachón de Bilbao- celebraba su cumpleaños con grandes festejos y alharacas: inmensos globos de papel que surcaban el cielo gracias a una mecha de alcohol en su interior, cohetes explosivos que vomitaban toda suerte de baratijas,gorritos de arlequín, golosinas, tartas, refrescos, serpentinas, mi padre haciendo el "enanón", etc. Pero sin duda, el evento más esperado era la llegada del heladero. El mismo que se ponía junto a la playa, llegaba con su carrito de tracción manual, su letrero pintado -helados lisardo- y sus dos especies de campanas que guardaban el suculento helado (chocolate y mantecado). Era GRATIS tío. Podías comerte tantos helados como te diera la gana.
¿Entiendes ahora por qué el cielo era para mi un sitio donde te podías tomar todos los helados que quisieras gratis?
Un abrazo.