lunes, 12 de mayo de 2008

LAS MIMOSAS (2)

Ya tenía 16 años cuando volví por aquel lugar. Ibamos en pandilla a pasar las tardes de verano.
Generalmente organizábamos algún tipo de merendola. Hacíamos un pequeño fuego y allí, en esa precariedad de instalación culinaria. Un día tocaba tortilla de patatas que siempre quedaba rota, pegada y quemada. Otro día le tocaba el turno a la chocolatada, siempre demasiado líquida.
Lo más socorrido eran las chorizadas: bastaba un chorizo, un palo fino y resistente que lo atravesara y al fuego cinco o diez minutos, según la paciencia de cada uno. Para beber acarreábamos un bidón con 12 litros de sangría que poníamos a enfriar en el río.
El río, riachuelo, que pasaba junto a los restos de la bolera era el Melandro. El mismo que, pasado Pancar cambia el nombre hasta morir en la mar de Llanes: el Carrocedo. "Llagrimina de Dios / Rapaz parlleru / Enriedador y espumosu gorgoritu / Gotera d'un Llagar del infinitu..."
Después de merendar venía el baile. La sangría ya había despejado las inhibiciones.
Llevábamos un tocadiscos de pilas marca Philips que adorábamos como a un totem. Enseguida sonaban canciones como "Ayer y hoy" de Formula V, "Wigth is Wigth" de Kerouacs o el "Ponte de rodillas" de los Canarios. Siempre "pinchaba" el más despechado, el que tenía que estar melancólico, el que necesitaba recuperar su amor perdido. Y la verdad es que rara vez se obtenía éxito con esa estrategía, pero nos parecía la adecuada a la situación. Otros se hacían los interesantes, con éxito, y se alejaban del baile para subirse a los árboles, vadear el río sobre un tronco caído o sencillamente cortar ramas para hacer cachavas.
Yo, que generalmente ya estaba emparejado, me tumbaba sobre el murete que delimitaba la bolera, apoyaba mi cabeza en el regazo de Pilar ("Pilarín mano fría") y me dejaba quitar las espinillas propias de la edad.
Ya al anochecer desandabamos el camino mientras la oscuridad ocultaba los castos besos de los que habían ligado.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Si cambiamos tu ubicación y la trasladamos al Naranco o a Colloto, tu relato me lo apunto. Manolito

Anónimo dijo...

¡Descastados!. Y luego habláis mal del botellón de los chavales; os pillé, pareja.
Y mientras tanto, yo estaba en casa... ¿o era en Ulía?
Lur

lauritalafantastica dijo...

Qué bonito, el botellón es algo horroroso, multitudinario, sucio, de poco gusto. No hay más que pasar por allí cuando ya se han ido. Vosotros seguro que necesitabais el bidón para la siguiente ocasión, y no lo podíais dejar allí. Da la sensación de que el ser humano pierde la inocencia, y con ella bastante gracia, con el paso de el tiempo. No cada uno, sino como especie.

Anónimo dijo...

Bueno Laurita, yo no tan pesimista como tú. Sigo pensando en que todas las generaciones tienen su lado bueno y su lado malo. Me resisto a pensar que nosotros éramos mejores. Creo mucho en los jóvenes, porque ellos tienen mayor acceso a la formación e información y son, por tanto, más justos y más libres. ¿Seré un incauto?.
Hacefalta.

lauritalafantastica dijo...

No sé qué decir, a veces la información, el conocimiento, se siente y se entiende como un avance, otras, como la manzana de Eva, como un pecado. Si no tuvieramos conocimiento seríamos instintivos solamente, lo que tiene mucho encanto, pero poco interés. Hay una dualidad en el conocimiento humano, difícil de decidir. Será un ying yang, sin blanco no hay negro y viceversa, a veces odio, a veces amor...Pero no me siento pesimista, sólo no me gusta el botellón, ni las masas.

hacefalta dijo...

De acuerdo... sobre todo en lo de las masas.