sábado, 27 de septiembre de 2008

EL ASCENSOR (1)

A lo largo de mi vida, los ascensores han sido para mi unos artefactos muy a tener en cuenta: a veces terroríficos, otras veces curiosos, elegantes, cutres, mágicos...
Ahora ya no son ascensores, ahora son ascensores/descendedores. Lo digo porque en mi infancia sólamente se utilizaban para subir e incluso, sólo para subir personas. Todavía recuerdo a Félix, nuestro portero, jubilado de la Guardia Civil, que no dejaba usar el ascensor a los aprovisionadores de carbón, hielo y quizá butano. Los mandaba subir por la escalera con toda su carga. Eso generaba frecuentes altercados y las voces subían multiplicadas por todo el hueco de la misma. El tal Félix era un tipo muy singular: bebía bastante y eso le generaba un caracter muy agrio, no obstante, tenía un gran cariño con todos los animales. Recuerdo que los gorriones se posaban en su mano a comerle las migas que les ofrecía. ¡Los deconfiados y huidizos gorriones!
Mi ascensor era una cajita reducida, con puertas a ambos lados: por una entrabas y por la opuesta salías. Esto me causaba bastantes quebraderos espaciales, ya que en el resto de ascensores que utilizaba, se entraba y salía por el mismo lado. Por otra parte, me sentía bastante inseguro pisando un suelo en el vacío, por mucho cable -no demasiado grueso- que lo sustentara. Quizá entonces comenzó a fraguarse mi vértigo. Ahora, cuando entro al ascensor para bajar, siento algo de inseguridad al apoyar mis pies dentro. Hay que decir que mi ascensor no discurre entre paredes que te impiden ver. Además, al cruzar cada piso, una serie de artilugios mecánicos entraban en funcionamiento y producian unos ruidos un tanto inquietantes. Posteriormente, esos ruidos, los transformé en cadencias sonoras que acompañaban rítmicamente mi ascenso.
Para subir al desván, teníamos que pulsar hasta el quinto piso y, una vez allí, subir andando un piso más. Allí, en lo alto se encontraban las enormes poleas que movían el asunto. Unas ruedas gigantes que enrrollaban el cable y que sonaban a maquinaria infernal. Cuando subía al desván, me daba pánico pensar en que el ascensor no se detuviera y fuera engullido y escupido al vacío por ese mecanismo. Casi siempre subía andando.
El ascensor de mi abuela era otra cosa. Era espacioso, bien iluminado, mucho más grande que el pequeño aseo de mi casa. Revestido de maderas nobles bien enceradas. Con grandes cristaleras absolutamente impecables. Con un gran asiento rectangular de terciopelo rojo y con todos los herrajes en un brillantísimo y dorado latón. Los botones eran de marfil.
Mi abuela vivía en el primero, pero yo siembre subía como un marqués, bien sentadito en el banco de terciopelo rojo. Además, ¡qué bien sonaba!
(Continuará)

4 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Mira tú que coincidencia!. El ascensor de mis abuelos paternos era igual. Banco para sentarse y dos puertas. La primera de hierro trabajado y luego dos puertas de madera que se cerraban al centro. Y los botones eran redonditos y pequeños; no sé de que material, pero me encantaba. Sobre todo, porque en mi casa no había ascensor. Creo que ni hablaba mientras subíamos. Y en éste, sí que se veía el exterior. Lo tenía olvidado, mira tú por donde.
Gracias y un beso.
Lur

Anónimo dijo...

A la vuelta de Llanes, queremos la nº 2.
Besitos y disfruta a tope. ¡Ah!, y ¡Felicidades en tu/nuestro primer aniversario!
Lur

lauritalafantastica dijo...

Oh cielos!! felicidades, por un año!!!
qué bien qué bien, y que cumplas muchos máaaaaaassssss, bueno, cumplais.
En mi caso, el ascensor era de la bisabuela de Madrid, muy similar al que contáis pero no le recuerdo asiento, creo era para ir de pie, y olía diferente, y se veía la escalera...También había sereno, fíjate!
Un beso grande, cuando vuelva la fibra óptica, volveré también yo...

hacefalta dijo...

Pero bueno, prenda, ¿ya estás por aquí otra vez? Se te echaba de menos. Pensaba que los arándanos no te permitían moverte... jejeje.
Bienvenida de nuevo.