viernes, 24 de abril de 2009

SE ACERCA EL DÍA ...

No, no es que vaya a practicar el funambulismo. Uno no está ya para esos trotes y además padezco de un vértigo espantoso. Un vértigo que me impide montar en globo -por ejemplo- y que probablemente me viene desde muy pequeño. De cuando en verano nos encaramábamos a las maltrechas murallas del Cercado. Sin embargo, trepando a los árboles era un hacha. Allí no pasaba vértigo, al contrario, me sentía muy seguro. Será por eso que adoro los árboles, sobre todo los magnolios, laureles e higueras. Y eso que las higueras -según advertencias reiteradas de mi madre y de mis tías- tienen unas ramas muy traicioneras. .......................................................................................................................................................................... No, jamás se me ocurriría una cosa parecida. A poca altura sí -digamos a un metro. Es más, a un metro me encantaría hacerlo. En parte porque me gustan los retos del tipo: si algunos lo pueden hacer, yo también podría, y en parte porque con el circo guardo una relación estrecha de amor/odio, dentera/placer, asco/gusto. .......................................................................................................................................................................... ¡Qué cosas! De pequeñín tuve la suerte de ver a la inigualable Pinito del Oro jugarse las pestañas en lo alto del trapecio. Salía a la pista con una gran capa blanca adornada en oro y la cabeza tocada con una enorme corona plateada. Su ayudante le despojaba de la capa y la corona y entonces nos mostraba su cuerpo ya bastante bregado. Lucía una especie de malla blanca -también con dibujos dorados y unas media negras ampliamente caladas y descuidadamente semi rotas. Peinaba su larga melena azabache en una gran coleta y destacaba, sobre todo, unos ojos "requetepintados": largas pestañas y una exageradísima sombra azul celeste. .......................................................................................................................................................................... El jefe de pista rogaba el máximo silencio porque "peligra la vida del artista". Entonces, bajo un redoble de tambor, iniaba su ascenso al trapecio por una escala larguísima. Es ahí, en ese punto, cuando nos mostraba sin pudor sus inmensos muslos y buena parte de sus, no menos inmensos, glúteos. Entonces -desde mi puerilidad- comprendí que el circo era una pura tragedia, una rocambolesca mezcla de arte y horterada, de baratija y hambre, de esplendor y miseria. .......................................................................................................................................................................... Pero bueno, no quería hablar de todo esto. Hoy, al menos, no. Tampoco quería comentar -al hilo de Pinito- que gracias a ese gusto por la emulación de cosas banales, aprendí yo solito a realizar malabares con pelotas (naranjas... de fruta, no de color). Lo consideré un logro personal. .......................................................................................................................................................................... En realidad, hoy quería contar que se va acercando el día. Pero se hace tarde, tengo que desayunar. En otra ocasión contaré qué coño de día se está acercando.

2 comentarios:

lauritalafantastica dijo...

qué suspense!!!! todo en el aire, pendiendo de un hilo....entonces pinito tenía el culo gordo? parece contraproducente como trapecista, aunqeu en caso de caidas por ese lao, quizás valga de algo...
besos muchos

hacefalta dijo...

Bueno, no tenía el culo tan gordo como para eso. La cuestión es que yo tenía 4 o 5 años y su culo, visto desde abajo, se me antojaba rotundo. Fue mi primer contacto con el erotismo y me resultó extraño. Una especie de mezcla agridulce. Juassss.... p'habeme matao.