martes, 28 de abril de 2009

YA FALTAN MENOS DÍAS ...

  • Esta es Pinito del Oro realizando una de sus famosas acrobacias. Hay que decir que el trapecio se movía vertiginosamente describiendo un amplísimo círculo. Pero también realizaba el más difícil todavía cuando se subía a una silla que se apoyaba en el trapecio con tan sólo dos patas. Entonces, la velocidad y el diámetro que describía el trapecio, te hacían temer lo peor. El número se realizaba desde lo alto de la carpa, sin red ni arnés de seguridad. En una ocasión se vino al suelo desde lo más alto y a punto estuvo de perder la vida. Por supuesto no se hizo rica.
  • Pero no quería seguir hablando de Pinito. La razón de esta entrada es que ya van faltando menos días y en proporción inversa van creciendo las dudas, las inseguridades y el pelo que, por cierto, debería cortármelo.
  • Me considero un tío seguro, pero en ese afán -casi enfermizo- de querer que todo vaya perfecto, pasan por mi cabeza situaciones y pensamientos muy del estilo de Woody Allen.
  • El otro día fuímos a cenar a una sidrería de esas urbanas que tanto están proliferando. Esas cuyas kupelas son de mentira y detrás de su apariencia real esconden -trás la pared- pequeños barriles intercambiables de aluminio.
  • Ya habíamos estado en ese lugar en otra ocasión y recordaba que, entonces, la chuleta me la habían servido barnizada de ajo picado. No es que tenga nada en contra del ajo, dios me libre. El ajo es un aditamento extraordinario para muchos platos, pero no para una chuleta. La chuleta debe saber a chuleta. Ponerle ajo es disfrazar su aroma y su sabor a carne y carbón.
  • El caso es que pensé en advertir al camarero de que la chuleta la quería sin ajo. Y aquí empieza mi suplicio "woodyalleniano". El camarero no parece muy espabilado -pensé-, es más, apuesto que es absolutamente torpe y no se acordará de avisar a la cocina. Entonces me traerá la chuleta con ajo y yo tendré que recordarle que la pedí sin ajo. Él pondrá cara de "¡Ay, es verdad!" y volverá a la cocina con la chuleta. Allí en la cocina dirá : " A ver , cocina, al gilipollas de la mesa cuatro no le gusta el ajo". El cocinero, muy atareado y enfadado, cogerá un cuchillo y procederá a rebañar el ajo como si éste no hubiera ya dejado sus sustancias en la carne. Dirá al camarero: "una chuleta sin ajo p'al gilipollas melindres de la mesa cuatro". El camarero, cara-conejo, me la traerá con una sonrisa y se disculpará: "lo siento, eh". Yo le sonreiré con mi mejor sonrisa y le daré las gracias.
  • Entonces echaré mano a la susodicha y notaré con horror que sabe completamente a ajo. ¿Qué hago? Si le digo que sabe a ajo me lo discutirá hasta la muerte. Si no le digo nada pensará que, efectivamente soy el gilipollas melindres de la mesa cuatro. Mejor discutiré hasta la muerte con el camarero de caspa-en-los-hombros. Volverá a la cocina y le dirá al camarero que el hijo-de-puta de la mesa cuatro no es tan gilipollas y que ha notado el sabor al ajo. El cocinero, mucho más cabreado, se cagará en mi puta madre y me hará otra chuleta. Esta vez me la escupirá. Estoy seguro que la escupirá y se la pasará al cabrón del camarero que también me la escupirá.

  • Se acerca el camarero:

-¿Han pensado lo que van a cenar?

-Sí, hijo de puta. Una chuleta. Y como me la traigas con ajo te meto dos hostias.

  • Otra vez se me ha ido el santo al cielo. El próximo día os cuento porqué me agobia tanto que vayan faltando menos días. Ahora me tengo que pesar, estoy a dieta.

2 comentarios:

laura dijo...

Bueno, seguimos en suspense...gran estrategia publicitaria, he de darte la enhorabuena.
Hijo de puta me parece un insulto vulgar, me gustan más los que atañen a los animales, o los que no tienen demasiado sentiu,
besos

hacefalta dijo...

Bueno, lo de menos era el insulto en sí. Quizá hubiera resultado menos vulgar llamarle cara-paraguas. Lo tendré en cuenta para el futuro.